472 congreso de instruccion. jola literatura latina superior, lacreó, puede decirse; el contacto con los griegos, por interposición de los árabes primero, y directamente Inego, marcó el fin del período medieval, con esa esplendida transfiguración del verbo y del espíritu humano que se llama el Renacimiento. Pero el griego no estaba en nuestras tradiciones escolares americanas; sólo el latín y, con raras excepciones, ol latín inferior, el que servía ó para entender los libros litúrgicos do la Iglesia ó cuando más los polvosos infolios del casnismo escolástico eu que flotan las idoas como en el océano las disgregadas tablas de náufraga nave, ó para vertor en titubeante castellano, las enmarañadas glosas de los comentadores del derecho Justiniauo. Habíase, pues, convertido on una enseñanza prosaicamente utilitaria la enseñanza latina, y bajo este aspecto utilitario tuvo que considerarla el Congreso. La enseñanza latina no tiene ol doble carácter do estudio preparatorio general y particular que posee cada uua de las materias componentes del plan aceptado. Basta el hecho de que á su conocimiento se destinan años posteriores al aprendizaje gramatical del castellano, para demostrar que no se le considera seriamente como una preparación indispensable á la adquisición de la lengua vernácula, y, por consiguiente, que no tiene un valor de primera importancia como preparación eu la economía íntima del plan. Y basta á demostrar que tampoco podía ser una preparación general, la circunstancia de que para mantenerlo en ésta, se daba, como único fundamento, su necesidad mayor en los estudios jurídicos y menor en los módicos. Se trataba, en suma, de una preparación especial de determinada ca rrera, y el Congreso, para mantener el principio de uniformidad interior, hizo con el latín lo que con todo estudio preparatorio especial: eliminarlo. Cierto que el grupo extracien tífico que ha pretendi- do hasta hoy la dirección exclusiva del adelantamiento intelectual del país, podía sentirse herido en esta tradición latina ó 'que tributa uu culto puramente aparatoso y verbal. ¿Qué remedio? Había que escoger entre los dos términos do un dilema: ó se conservaba para los futuros abogados una enseñanza puramente formal, manteniendo el mutilamiento despiadado quo hoy se liaco eu su preparación científica, ó se reintegraba ésta y se les ministraba órganos intelectuales que los pusieran on contacto con los elementos distintivos del progreso moderno. Así formulada la cuestión, el Congreso no podía vacilar; optó por la ciencia. El porvenir dirá si tal medida está destinada á rebajar, según los augures, ol nivel do los estudios jurídicos, roduciendo el de la jurisprudencia romana, que ha dejado ya toda su sávia ou nuestros eódi-gos, á su papel de enseñanza histórica; ó si por el contrario renovará osos estudios y convortirá un arte, hasta hoy puramente empírico, on otro científico quo parta del conocimiento profundo del grupo constitutivo de las ciencias sociales. Pero el valor del latín, como preparación general, encontró eu el seno dol Congreso el más decidido y elocuente do los defensores. Eesumiendo magistralmente cuanto en Europa han dioho eu favor de esta tesis los Cosca, los Vainhinger, los Brunetiore y los Eouillée, en estos últimos años, trató de convencernos de su necesidad como parto indispensable de la educación literaria y de su valor educativo intelectual y moral. Que la necropsia do una lengua muerta, que el análisis frío y glacial, completamente ajeno á toda sugestión estética y á toda idea general, do los elementos gramaticales del latín, constituyan una gimnasia intelectual, nadie lo duda; pero que este ejercicio en abstracto y en el vacío sea bueno desde el punt» de vista de la higiene mental, esto no se demostrará